Vivimos en una sociedad donde si
no haces lo que el resto de los borregos, puede costarte caro a nivel personal
físico y mental.
Te señalan, se burlan de ti, te miran con desprecio, te
apartan como si fueses un malware que puedas
joderle su programa; y a pesar de que intentas volver al rebaño, ya es
demasiado tarde, no eres como ellos, y nunca lo serás.
Vivimos en una sociedad donde
decir la verdad es perjudicial. Te miran con mala cara, te insultan, desprecian
y alejan. Los borregos no lo entienden, para ellos les has fallado, poco menos
que traicionado, les has apuñalado por
la espalda, lo cual es incierto pues tú siempre has ido de cara y no les has
hecho nada.
Vivimos en un mundo en el que
querer estar solo te convierte en un bicho raro y antisocial. Sus mentes
prefieren tener a miles de followers en instagram y estar siempre rodeados de alguien
cuanto más pelota y adulador mejor aunque su interior busque desesperadamente
su espacio. Tú no lo ves así porque a veces es mejor gritar en silencio. Te vas
a quedar solo, dicen. Quizá sea eso lo que quieres, aunque ellos lo dicen con
desprecio, no entenderán nunca lo que la palabra “solo” significa.
Vivimos en un mundo en el que
todos piensan en el que dirán, como si hubieran mil ojos pendientes de cada
movimiento acto o acción que cometas; como si el Gran Hermano nos vigilara
constantemente. Nadie puede moverse como quiera, cuando quiera, si lo haces
estás perdido.
Vivimos en un mundo en el que ser
diferente te marca.
Vivimos en un mundo en el que ser
único es lo peor que te puede pasar.
Seguir al rebaño, sonreír cuando
no te apetece, decir que sí a todo, decir que no a nada.
Y cada vez son menos, cada vez
van callando más, cada vez son más los que se ocultan, cada vez son más los que
viven como alguien que no quieren ser.
Yo, mientras tanto, prefiero no
mover el mundo sino moverme a mí mismo. Y es que hay gente que no merece que
mueva su mundo por ella, así que… Seguiré a mis cosas…
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