Todo pacense debe saber que si se
quiere ver de cerca a la bella Dama Blanca del Guadiana solo tiene que nadar
bajo el puente de Palmas una noche en que la luna llena se refleje en sus
aguas. La Dama Blanca, sin duda, acudirá a la cita, aunque el precio para
contemplarla sea la muerte.
Murmuran los vecinos que miran al
Guadiana que en las noches de plenilunio se ve a una bella mujer de blancos
ropajes que, flotando sobre el agua y musitando una bella melodía, busca
hombres a los que ahogar en las profundidades del río.
Nunca apareció el cuerpo, pero
todos conocen la leyenda.
En el siglo XIX en Badajoz vivía
un rico matrimonio con su bella hija, Leonor, la familia acostumbraba a pasear
todas las noches en carruaje junto al río Guadiana,
Una noche, que Leonor no montó en
el carruaje, se produjo un terrible accidente, el conductor del coche de
caballos se durmió y todos cayeron al río falleciendo ahogados.
La adolescente Leonor quedo
huérfana al cuidado de una tía suya, triste y destrozada se pasaba las tardes
sola asomada al balcón de su blasonada casa con su característico vestido
blanco.
Cierto día, un joven comerciante
de Olivenza que venía a hacer negocios a la ciudad, la vio y quedó prendado de
su frágil e inocente hermosura. El joven, con bastante perseverancia consigue
concertar una cita con ella.
Fueron varias las noches que se
citaron para charlar en la cabecera del Puente de Palmas, escondidos, lejos de
los ojos curiosos de los vecinos. Leonor pasaba por un buen momento emocional,
había encontrado en su amado el consuelo por la trágica muerte de sus padres,
pero no duraría mucho esta situación. Tras este primer encuentro llegan otros,
y pasan los días escondiéndose y las noches deseándose, hasta que una noche de
primavera Leonor cede a los ruegos de su amado y se entrega a sus brazos.
Los siguientes meses el joven,
poco a poco, comenzó a espaciar su visitas hasta que no volvió jamás.
Un tiempo después, Leonor se
entera que este joven ya tiene una familia en Olivenza, de nuevo destrozada,
con el alma rota tras haber perdido a su enamorado y haberle entregado su honra
con la promesa de matrimonio decide poner punto y final a su vida.
Una noche, la joven vestida de blanco, como
habitualmente, se dirige al Puente de Palmas, con la mirada perdida en el
infinito, allí junto a la cuarta pilastra se acerca a la barandilla y deja caer
su frágil cuerpo al vacío, perdiéndose entre la oscuridad de la noche y las
frías aguas del Guadiana. Jamás llegaron a encontrar su cuerpo.
Cuentan que no hace mucho tiempo,
un grupo de amigos se encontraba junto al Puente de Palmas y uno de ellos
envalentonado, mediando seguramente alguna apuesta, se metió en el río y nadó
hasta la cuarta pilastra.
Cuando llegó vio flotando cerca
de él una bella mujer vestida de blanco, el joven intentó con todas sus fuerzas
nadar hacia el embarcadero, pero notaba como algo o alguien tiraba fuerte de
sus tobillos hacia el fondo.
Viendo sus amigos que el joven se
encontraba en apuros, pues no paraba de chapotear y gritar entraron a por él,
cuando lo sacaron a la orilla podía contemplarse en sus pupilas el horror más
absoluto, respiraba con dificultad, y solamente balbuceaba ¡La he visto… la he
visto…. he visto a la Dama Blanca! Sus tobillos tenían marcados de forma
misteriosa unos dedos, como si de unos grilletes se tratase.
Dicen que todo aquel que quiera a
la Dama de Blanco de cerca solamente tiene que nadar hasta la cuarta pilastra
del Puente de Palmas una noche de luna llena, aunque el precio por contemplarla
pueda ser la muerte.
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