Los cielos invernales del Polo ,
usualmente oscuros, se ven invadidos por
el brillo verde de una aurora polar , la diosa romana del amanecer, creando
este escenario con la estela de la Vía Láctea y un cielo cuajado de estrellas
como telón de fondo.
Aunque el Sol apenas se eleva
sobre el horizonte durante meses, sus efectos se hacen notar fugazmente con la
vista de las auroras polares (en el polo sur se denominan australes o luces del
sur y en el polo norte son conocidas como auroras boreales o luces del norte).
En la antigüedad, tanto en
Occidente como en China, las auroras polares fueron vistas como serpientes o
dragones en el cielo, debido al telón creado por esta aurora que serpentea
hacia la borrosa banda de luz conocida como Vía Láctea, que se eleva en el
cielo.
Las auroras tienen formas,
estructuras y colores muy diversos que además cambian rápidamente con el
tiempo. Durante una noche, la aurora puede comenzar como un arco aislado muy
alargado que se va extendiendo en el horizonte. Cerca de la medianoche el arco
puede comenzar a incrementar su brillo, pueden formarse ondas o rizos a lo
largo del arco y también estructuras verticales que se parecen a rayos de luz
muy alargados y delgados. De repente la totalidad del cielo puede llenarse de
bandas, espirales, y rayos de luz que tiemblan y se mueven rápidamente por el
horizonte. Su actividad puede durar desde unos pocos minutos hasta horas.
Cuando se aproxima el alba todo el proceso parece calmarse y tan solo algunas
pequeñas zonas del cielo aparecen brillantes hasta que llega la mañana.
Este despliegue de color se
produce cuando las partículas cargadas eléctricamente que provienen del Sol, y
que viajan hacia nosotros con el viento solar, se intercalan en los campos
magnéticos de la Tierra y excitan los átomos de las capas altas de la
atmósfera. Los colores responden a colisiones con diferentes gases de la
atmósfera a diferentes altitudes. Las colisiones con átomos de oxígeno
normalmente generan auroras verdes, mientras que el nitrógeno enciende el cielo
de colores rojizos.
Dado que nuestro Sistema Solar se
encuentra dentro de la Galaxia Vía Láctea, esta brillante veta es lo que vemos
desde uno de sus extremos mirando hacia el centro.
La naturaleza irregular de este
telón presenta lugares con restos de abundante formación estelar intercalados
con oscuros “huecos” de nubes de polvo que oscurecen el entorno.
Al comienzo, en mayo, solo una leve luz en el horizonte indica la
ubicación del Sol que señala la separación del día de la noche, luego
desaparece sumiendo la zona en una
completa oscuridad en el punto más
profundo del invierno a mediados de junio, para luego nuevamente comenzar aparecer,
lenta pero constantemente hasta dar paso a la salida del Sol real.
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