Seguro que alguna vez nos hemos
planteado la idea de qué sería de nuestras vidas si tuviéramos la oportunidad
de hacernos invisibles a voluntad .
Podríamos ir a cualquier parte
sin que nadie lo supiera, espiar a la chica que nos gusta para ver qué opina de
nosotros, acceder a sitios a los cuales nunca nos hubieran dejado entrar, oír
las conversaciones de la gente y enterarnos de sus más profundos secretos; poder
llevarnos todo tipo de cosas que no pudimos permitirnos económicamente, gastar
todo tipo de bromas o vengarnos de quienes nos caen mal o se han aprovechado de
nosotros de alguna manera, entrar en los aseos de las chicas…
Todo esto se me ocurrió leyendo
la novela "El hombre invisible", de H. G. Wells. pero lo que no hemos
considerado son los problemas e inconvenientes de la invisibilidad en el día a día.
Para empezar, como lo único que
se vuelve invisible es el cuerpo, si quieres ir por ahí por ahí haciendo de las
tuyas no tienes más remedio que ir desnudo ,es decir, helándote de frío .
La ropa no te ayudaría mucho a
ocultarte cuando alguien viera un jersey y unos pantalones flotando en el aire;
y tampoco vas a llevar la ropa en una mochila para cuando dejes de espiar a las
chicas, las mochilas flotantes también dan un poco de susto.
Otra cosa son las huellas que
podemos ir dejando, andar descalzo es un problema, no ya por el daño que puedes
hacerte en los pies, si no porque tal y como están hoy en día las aceras de
Badajoz, plagadas de souvenires perrunos no es aconsejable caminar descalzo por
tremendo campo de minas, y lo de llevar zapatos pues casi igual que lo de ir
vestido.
Los elementos que se te hayan
pegado a las manos al entrar en el Corte Inglés, por ejemplo esa consola de
última generación, algunos videojuegos o qué se yo, la última colonia de Antonio
Banderas por decir algo, como los escondes cuando pite el arco de seguridad de
la salida si antes de eso no te lo han confiscado ya por el pasillo, pues a ver
como consigues ocultarlos a la vista de los empleados o del segurata de turno.
Lo suyo sería que además de ser
invisibles nosotros mismos, hacer invisible todo aquello que tocáramos; imagina
que tocas culo ajeno (o teta) y éste/a desaparece por arte de magia a los ojos
de los demás, crearía cuanto menos cierta alarma entre la poseedora del citado
trasero(o teta) y no digo la histeria de las amigas al ver desaparecer tan
redondeado elemento.
Lo mismo pasaría si decides
plantarle en los hocicos a tu mayor enemigo de clase, uno de esos brownies que has pisado por las aceras pacenses;
mientras dices ¡ Zas en toda la boca! le da tiempo a verlo venir y puede que el
resultado obtenido no sea el buscado.
O sea la solución sería hacerse
invisible a voluntad, no para siempre, si no a ratos y para hechos puntuales;
poder también hacer invisible aquello que toquemos o al menos nuestra ropa y
calzado y alguna mochila, también sería conveniente que los profesores dejaran
apuntada la clave de sus archivos cifrados donde guardan los exámenes, más que
nada para no tener que estar horas desnudo escondido en su despacho a la espera
de averiguarlo. Gracias a todos ellos.
Volviendo a la novela, cualquiera
que la haya leído recordará el ambiente angustioso en que se desenvuelve: sin
poder comer, siempre huyendo, muerto de frío, metiéndose en casas ajenas para
dormir, sin encontrar a nadie en quien confiar, hiriendo y matando a todo el
que se le pone por delante… Un cuadro bastante diferente del que imaginamos
cuando pensamos en las grandes ventajas que tendría ser invisible.
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