Por desgracia, parece que ya estamos acostumbrados y no nos
impresiona tanto.
De nuevo otra matanza de niños en los Estados Unidos y todo ello
sin tener en cuenta, una vez más, que la inmensa mayoría de tiroteos acontecen
en lugares donde está prohibido portar armas, como es el caso de colegios,
universidades, empresas y otros espacios públicos, ya que es ahí donde el
asaltante sabe que los allí presentes están indefensos ante su ataque, y lo que
hay que preguntarse, es por qué la población es más violenta en unos países que
en otros.
La posesión de armas en Estados
Unidos no es ninguna moda caprichosa y
tampoco nace de una ley inventada por uno u otro gobierno, sino que es un
derecho fundamental, recogido en la Constitución norteamericana. Es decir, no
solo es legal, sino que "el derecho del pueblo a poseer y portar
armas" está protegido constitucionalmente.
Estamos hablando de una de las
democracias más antiguas, sólidas y desarrolladas del mundo, de modo que, desde
el punto de vista político y legislativo, nada se puede objetar acerca de la
legitimidad que tiene el pueblo norteamericano para armarse si así lo desea.
Entre los más de 280 millones de
armas en manos privadas en ese país (se calcula que una tercera parte de los
hogares tienen una), y con las fuerzas armadas más poderosas del mundo (con
capacidad de destruir el planeta varias veces ), parece que este país vive y
muere por la espada.
La tasa de muertes por armas de
fuego en Estados Unidos aumentó en 2016 a 12 por cada 100.000 personas. La media de fallecimientos anuales por
incidentes con armas de fuego desde 1968 es de 32.000.
Estados Unidos es uno de los
países con mayor número de armas entre civiles, con casi 90 por cada 100
habitantes, pero rara vez se tiene en cuenta que Brasil y México son los países
con mayor número de homicidios, con 27 y 23 por cada 100.000 habitantes,
respectivamente, y, pese a ello, la posesión de armas entre la población civil
es muy reducida 8 en el caso de Brasil y 15 en el de México, frente a las 10 que,
por ejemplo, presenta España-. Y al revés: países como Suiza y Finlandia, con
cerca de 45 armas por cada 100 habitantes, registran tasas de homicidios muy
bajas -entre 0,4 y 1,5-. Es decir, la posesión legal de armas no es, en ningún
caso, el factor determinante a la hora de explicar el mayor o menor número de
asesinatos.
El odio, la demencia criminal, el
fanatismo y la pura maldad existen en todas partes y en toda época. Y esas
características son una condición necesaria para el homicidio en masa. Casi
todos los jóvenes asesinos son personas llenas de odio contra ciertos grupos, cabreadas
con el mundo y listas y dispuestas a
desatar su odio con consecuencias mortales. Muchas padecen de graves problemas
psicológicos, a menudo sin tratamiento. Con frecuencia se sienten excluidas o
rechazadas o ridiculizadas por sus compañeros de clase o por alguna chica.
Pero la idea de que en un momento
dado, en una sociedad supuestamente civilizada, dos personas que discuten
pueden terminar recurriendo al lenguaje de las armas en lugar de poner en
práctica las armas del lenguaje, es escalofriante. Que la excusa para tal
suceso sea “es mi derecho” resulta, en mi opinión, francamente patética.
Las armas, en definitiva, no
matan... Matan las personas
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