jueves, 15 de febrero de 2018

Las armas no matan, matan las personas

Por desgracia,  parece que ya estamos acostumbrados y no nos impresiona tanto.

De nuevo otra matanza  de niños en los Estados Unidos y todo ello sin tener en cuenta, una vez más, que la inmensa mayoría de tiroteos acontecen en lugares donde está prohibido portar armas, como es el caso de colegios, universidades, empresas y otros espacios públicos, ya que es ahí donde el asaltante sabe que los allí presentes están indefensos ante su ataque, y lo que hay que preguntarse, es por qué la población es más violenta en unos países que en otros.

La posesión de armas en Estados Unidos no es ninguna moda  caprichosa y tampoco nace de una ley inventada por uno u otro gobierno, sino que es un derecho fundamental, recogido en la Constitución norteamericana. Es decir, no solo es legal, sino que "el derecho del pueblo a poseer y portar armas" está protegido constitucionalmente.
Estamos hablando de una de las democracias más antiguas, sólidas y desarrolladas del mundo, de modo que, desde el punto de vista político y legislativo, nada se puede objetar acerca de la legitimidad que tiene el pueblo norteamericano para armarse si así lo desea.

Entre los más de 280 millones de armas en manos privadas en ese país (se calcula que una tercera parte de los hogares tienen una), y con las fuerzas armadas más poderosas del mundo (con capacidad de destruir el planeta varias veces ), parece que este país vive y muere por la espada.
La tasa de muertes por armas de fuego en Estados Unidos aumentó en 2016 a 12 por cada 100.000 personas.  La media de fallecimientos anuales por incidentes con armas de fuego desde 1968 es de 32.000.

Estados Unidos es uno de los países con mayor número de armas entre civiles, con casi 90 por cada 100 habitantes, pero rara vez se tiene en cuenta que Brasil y México son los países con mayor número de homicidios, con 27 y 23 por cada 100.000 habitantes, respectivamente, y, pese a ello, la posesión de armas entre la población civil es muy reducida 8 en el caso de Brasil y 15 en el de México, frente a las 10 que, por ejemplo, presenta España-. Y al revés: países como Suiza y Finlandia, con cerca de 45 armas por cada 100 habitantes, registran tasas de homicidios muy bajas -entre 0,4 y 1,5-. Es decir, la posesión legal de armas no es, en ningún caso, el factor determinante a la hora de explicar el mayor o menor número de asesinatos.

El odio, la demencia criminal, el fanatismo y la pura maldad existen en todas partes y en toda época. Y esas características son una condición necesaria para el homicidio en masa. Casi todos los jóvenes asesinos son personas llenas de odio contra ciertos grupos, cabreadas con  el mundo y listas y dispuestas a desatar su odio con consecuencias mortales. Muchas padecen de graves problemas psicológicos, a menudo sin tratamiento. Con frecuencia se sienten excluidas o rechazadas o ridiculizadas por sus compañeros de clase o por alguna chica.

Pero la idea de que en un momento dado, en una sociedad supuestamente civilizada, dos personas que discuten pueden terminar recurriendo al lenguaje de las armas en lugar de poner en práctica las armas del lenguaje, es escalofriante. Que la excusa para tal suceso sea “es mi derecho” resulta, en mi opinión, francamente patética.

Las armas, en definitiva, no matan... Matan las personas


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